Mi testamento by María Antonieta de Austria

Mi testamento by María Antonieta de Austria

autor:María Antonieta de Austria [Austria, María Antonieta de]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Crónica, Historia
editor: ePubLibre
publicado: 1793-01-01T00:00:00+00:00


Para abstenerme de digresiones que pudieran parecer inoportunas, he aquí, pues, lo que dispongo respecto de lo que pudiera quedar en los boudoirs del Petit-Trianon[35], y los envíos que solicito.

Philippe de Orleáns[36] supo captar la bondad del pueblo; acaparó los elogios, las bendiciones del pueblo con algunos puñados de oro; siendo así que este poderoso motivo hace actuar a todos los brazos y hace volverse a todas las cabezas. Mascarada patriota que se cubrió con la máscara de la igualdad. ¿Acaso podrá parecer malo que mi más vivo deseo sea verlo ataviado con lo que se pudo encontrar entre mis frivolidades? Él tiene dos caras; una expresa la urbanidad, la popularidad; la otra copia del natural la hipocresía, la ambición, la vileza y la avaricia; nunca tendrá máscara mejor que ponerse de Orleáns en su hora de la verdad. ¡Cuántos son los que se le parecen!

Péthion[37], ese miserable almacenero de Chartres que logró a base de bajezas desempeñar un papel importante en el teatro de la Revolución, tiene derechos incuestionables para mi reconocimiento. Recuerdo el día 10, al cabo del cual se me condujo de las Tullerías[38] al Convento de los Feuillants[39], de los Feuillants al Temple[40], del Temple a la Conciergerie [41], y que delimitará el curso de mis últimos paseos, de la Conciergerie a la plaza de la Revolución, para acabar allí la carrera que he recorrido con tanto escándalo e ignominia.

Añadiré pues al legado que ya he formulado, aquel que entrego a Péthion, alma condenada, en el caso de que me sobreviva y de que lo atrapen: se trata de un echarpe ensangrentado, que el buen amigo Bouillé[42] me envió tras el affaire de Nancy[43]. Creo que si se condecorara al virtuoso alcalde de París, en el momento en que su buena estrella pudiera destinarlo al teatro de la justicia nacional, este echarpe impregnado de sangre francesa contrastaría divinamente con el que este tartufo había extorsionado a la confianza popular, en el momento en que la crédula bondad popular trazaba sobre su sombrero «Viva Péthion; Péthion o la muerte»; ¡como si este tartufo tuviera que ser en efecto el restaurador de su felicidad!

Se me dice en este mismo instante que el tristón de Bailly[44], que reposa tranquilamente sobre los frutos de su hipocresía, acaba de cometer la tontería de dejarse prender, y que es mi comensal en la Conciergerie. ¡En la cárcel un bellaco de su condición! Era un don nadie, un desharrapado cuando le dio por popularizarse para desplumar a la gallina sin dejarla cacarear, y que a partir del momento en que, paso a paso, se creó una reputación virtuosa y proba, ese alto caballero enjuto se mostró muy distinto a monseñor el Lieutenant-Géneral de Police[45], epíteto más o epíteto menos, tuvo un palacete, un guardia suizo, lacayos armados, agentes insolentes, criados serviles, y depositó su falso patriotismo en el pedestal de su elevación.

Todas mis damas complacientes han desaparecido; por consiguiente, no sé cómo repartir las pequeñas fruslerías que me quedan. Una de las más



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